QUÉ ES EL PRINCIPIO DE CARIDAD EN LA ARGUMENTACIÓN
En el artículo anterior señalamos que una de
las categorías que conforman el principio
cooperativo de la argumentación es la categoría
de calidad: «el argumentante debe brindar razones con la fuerza suficiente para
apoyar su opinión según el contexto». Desde la perspectiva del analista
argumentativo, la máxima de calidad implica suponer (mientras nada diga lo
contrario) que, entre varias interpretaciones razonables de un argumento, el
argumentante tenía en mente alguna de las mejores. De esta suposición es
posible extraer una máxima que es llamada principio
de caridad en la argumentación:
Entre varias interpretaciones razonables de un argumento, escoge las mejores reconstrucciones posibles
Con «mejor
reconstrucción» se quiere decir, en términos generales, aquella
interpretación del argumento que lo hace más difícil de rebatir, donde el
argumento está mejor fundamentado y con premisas más aceptables y relevantes. Pero
nota que el principio solo aplica con respecto a reconstrucciones razonables, es decir, debe haber un filtro previo
de lo que plausiblemente quiso decir el argumentante siguiendo los principios
conversacionales de Grice. De lo contrario, si damos la mejor interpretación
posible del argumento sin tomar en cuenta lo que quiso decir el argumentante,
pudiéramos estar construyendo un argumento totalmente nuevo, un argumento ni
siquiera pensado por nuestro interlocutor. Por eso, la versión que hemos dado del principio de caridad es moderada.
En algunos casos existe más de una buena
interpretación de un argumento. Esto puede suceder si el peso relativo de las
interpretaciones argumentativas es más o menos la misma, si dichas
interpretaciones obtienen su fortaleza de elementos distintos (por ejemplo, una
interpretación tiene premisas más aceptables, pero la otra es más relevante) o
son fuertes para distintos auditorios. En
casos como esos, cuando hay más de una
buena interpretación razonable, lo recomendable es tomar en consideración todas
las interpretaciones.
¿Por
qué debemos cumplir con el principio caritativo?
Para
el analista: Recordemos que el principio
caritativo debe enmarcarse en el contexto de una discusión argumentativa ideal
(la discusión crítica) en la que las partes pretenden resolver un conflicto de
opinión por vía de los mejores argumentos posibles. Esto implica que los interlocutores, más que ganar, buscan
cooperar para resolver las diferencias de opinión. Desde ese punto de vista,
el analista debe optimizar, dentro de lo razonable, los argumentos de la
discusión. De esa manera, el analista que aplica el principio caritativo: (1) evita ser tachado u objetado por
llevar a cabo una interpretación sesgada; o que el argumentante señale que el
analista está tergiversando su argumento. (2)
Se supone que en las discusiones que buscan la verdad, la justicia, lo
preferible o el deber ser el análisis tiene que poner el énfasis en los
argumentos de alta calidad: las partes intentan conseguir los mejores
argumentos posibles.
Para
los argumentantes: las razones anteriores también pueden aplicarse para
las interpretaciones que hacen las partes del argumento rival en una discusión.
Por una parte, si se busca la verdad, la justicia, lo preferible o el deber ser,
se supone que para los argumentantes es mejor subir la calidad de argumentos y
contra-argumentos; no centrarse en ganar, sino en resolver la diferencia de
opinión de manera cooperativa. Pero también hay una razón práctica que el
argumentante no debe desatender: centrarse en la mejor interpretación posible
de los argumentos rivales ayuda a mejorar los argumentos propios, y es más
probable (aunque no siempre es así) que si se puede objetar la mejor
interpretación de un argumento, también se pueda objetar una interpretación
peor del mismo.
Un
«dilema» del principio caritativo: deductivos vs derrotables
Hemos señalado que las mejores interpretaciones
de un argumento son las que resultan en un argumento mejor fundamentado, más
difícil de rebatir, con premisas más aceptables y relevantes. Sin embargo, es
plausible que el analista se consiga con dos interpretaciones que intercambian
fortalezas y debilidades. Por ejemplo, los
argumentos deductivos tienden a ser más convincentes que los argumentos
derrotables (argumentos en los que la conclusión es meramente plausible),
pero un argumento derrotable es más
difícil de objetar que uno deductivo. Un argumento (deductivo) en el que
podamos asegurar que el asesino en serie que ronda el vecindario no está en la
fiesta, porque ninguno de los invitados a una fiesta coincide con la
descripción física de dicho asesino, hará que nos relajemos y disfrutemos de la
fiesta; pero si nos dicen que solo es plausible que no sea uno de los
asistentes, probablemente estaremos angustiados toda la noche. Por otra parte,
si el argumento «Tito es un ave, por lo tanto, vuela» se interpreta como
deductivo, la conclusión debe entenderse como «concluye que, necesariamente,
Tito vuela», lo cual es fácilmente rebatible mediante contraejemplos: hay aves
que no vuelan, ¿y si Tito resulta ser un avestruz o un pingüino? En cambio, si
reconstruimos dicho argumento como meramente plausible (como un argumento
derrotable), lo que quiere decir la conclusión es «mientras nada diga lo
contrario, concluye que Tito vuela», en ese caso los contraejemplos no son
aplicables a esta segunda reconstrucción.
Entonces,
ante dos posibles interpretaciones, una deductiva y una derrotable, ¿cuál es
preferible?
La respuesta depende del contexto y de las
interpretaciones que tenemos a mano. El argumento
deductivo fundamenta fuertemente la conclusión, lo que quiere decir que
pasa cualquier umbral de exigencia y ningún argumento puede aportar información
que refute directamente dicha conclusión (no
tiene excepciones). Sin embargo, su debilidad reside en que una de sus
premisas (la regla o premisa mayor) es potencialmente rebatible, y como en el
mundo cotidiano no hay tantas regularidades absolutas, normalmente es fácil
conseguir contraejemplos para dicha regla (por ejemplo, el caso del avestruz o
el pingüino son contra-ejemplos de la premisa o regla «todas las aves vuelan»).
En cambio, los argumentos derrotables a veces no pasan ciertos umbrales de
exigencia y es posible conseguir argumentos que derroten la conclusión (aceptan excepciones); sin embargo, como
la premisa mayor o regla es de mera plausibilidad no es posible rebatirla con
contraejemplos, solo con evidencias:
no basta con señalar que Tito pudiera
ser un avestruz para objetar el argumento «Tito es un ave, por tanto, mientras
nada diga lo contrario, Tito vuela», se necesita probar que el ave en cuestión
(Tito) es un avestruz.
De allí que, en contextos de discusiones
cotidianas, donde lo normal es no contar con toda la información y es imposible
hacer cálculos exactos de cada una de las posibilidades, es preferible seguir
la siguiente máxima:
Mientras nada diga lo contrario, los argumentos deben ser interpretados como derrotables
Una excepción a esta regla sería la de aquellos
contextos en los que se necesita un muy alto grado de certeza, de manera que el
umbral que deben pasar los argumentos es tan alto que solo se aceptan
argumentos deductivos. En esos casos, si
no se conoce un contraejemplo para una interpretación deductiva de un
argumento, es preferible interpretarlo como deductivo.
Un ejemplo de esto lo he experimentado en uno
de los análisis que he hecho en este blog. En la discusión sobre si es correcto asistir a las elecciones ante un régimen ilegítimo muchos consideran que una razón para no asistir
es que con esa acción se relegitima al régimen. Si consideramos ese argumento
desde un punto de vista filosófico o lógico-normativo, el umbral de exigencia
es mayor, la premisa «el régimen se legitima al asistir a sus elecciones» debe
entenderse como una premisa sin excepciones: es suficiente con asistir a las elecciones para que el régimen se
legitime. Nota que si aceptamos una premisa como esa, la fuerza de la
conclusión es altísima: quien no quiera legitimar a un régimen no debe asistir
a sus elecciones, y punto. Pero como mostramos en su momento, ese argumento es más fácil
de rebatir si nos atenemos a las reflexiones filosóficas sobre el origen de la legitimidad
de los gobiernos.
Por otro lado, la premisa anterior, «el régimen
se legitima al asistir a sus elecciones», puede entenderse desde un punto de
vista más práctico. En ese caso el grado de exigencia es menor: más que de
legitimidad, se refiere a la percepción de legitimidad si se asiste a las
elecciones. La premisa lo que señala es que lo más probable es que al asistir a las elecciones el régimen sea
percibido como legítimo. Para una premisa como esa no vale objeciones
teóricas: más allá de lo que diga este o aquel filósofo sobre cómo se gana la legitimidad,
la realidad es que la gente puede percibir como legítimo lo que por principio
es ilegítimo. Y tampoco se está diciendo que cada vez que se asiste a las
elecciones el régimen se percibe como legítimo, sino que eso sucede con
bastante frecuencia. Por supuesto, este argumento es menos convincente que
el lógico-normativo, no tiene tanta fuerza como aquél, y traer más información
puede debilitar tanto la conclusión que ya no sea sostenible (por ejemplo, se
puede mostrar cómo en muchos países con dictaduras se celebraron elecciones que
fueron vistas por la población como una forma de protestar contra el régimen,
no como un acto normal de la democracia).
Te doy una recomendación final: siempre que puedas, al analizar un
argumento, si hay más de una interpretación razonable y fuerte, cúrate en
salud: analiza cada una.
¿Te ha sido útil este artículo? Suscríbete a ARGUMENTA para que te mantengas actualizado con todo sobre la argumentación y la racionalidad.