¿CAMBIO PARA ELECCIONES O ELECCIONES PARA EL CAMBIO? DILEMAS Y FALSOS DILEMAS


En la última semana se ha vivido una controversia argumentativa en las redes sociales venezolanas. Producto de las legítimas protestas en contra de las decisiones del Tribunal Supremo de Justicia y la suspensión de las elecciones regionales, comenzó a surgir un supuesto dilema: ¿cambio para que haya elecciones o elecciones para que haya cambio? Algunos han desechado esto como un falso dilema. ¿Realmente estamos ante un dilema? ¿Es, en cambio, un falso dilema? Es lo que analizaremos en esta entrada.

¿Qué es un dilema?

Desde un punto de vista lógico, el dilema está vinculado con la disyunción de dos proposiciones o enunciados (disyuntos), excluyentes entre sí (esto se llama disyunción exclusiva: no pueden ser ambos verdaderos o ambos falsos), en la que ambas tienen una consecuencia lógica común. Por ejemplo, supón que aceptamos (a) que un presidente que era capaz de detener algún acto de corrupción que ya sucedió es un inmoral; (b) que un presidente que era incapaz de detener un acto de corrupción que ya sucedió es un inepto; y (c) que en cualquiera de esos casos, no es apto para ser presidente; en tal situación, se presenta un dilema lógico si nos damos cuenta de que o el Presidente de Bananaland era capaz de detener un gigantesco acto de corrupción que ha sucedido o era incapaz de detenerlo. Nota que la disyunción es exclusiva (o capaz o incapaz), y ambas posibilidades conducen a la misma consecuencia: no es apto para seguir como presidente (para llegar a esa conclusión se puede construir una prueba formal llamada eliminación de la disyunción).

La mayoría de las veces, sin embargo, cuando se habla de dilema se hace referencia a los dilemas morales. En el dilema moral un agente debe llevar a cabo una de dos acciones, tiene razones morales para llevar a cabo ambas, pero solo puede llevar a cabo una o la otra; de manera que, sea cual sea su decisión y su acción, caerá en una falta moral (te recomiendo la entrada sobre dilemas morales en la enciclopedia de Filosofía de Stanford). Un famoso dilema moral fue planteado por el filósofo Jean-Paul Sartre: un joven quiere ir a la guerra para vengar a su hermano muerto y porque ve a los nazis como un mal que debe ser combatido; sin embargo, la madre del joven vive con él y es su único consuelo luego de la muerte de su otro hijo. Una u otra acción que tome el joven conduce a dejar insatisfecho un deber moral.

Un punto importante que debemos resaltar es que en el dilema moral la disyunción entre acciones no tiene que ser una disyunción lógicamente exclusiva. Por ejemplo, alguien pudiera criticar que, en el caso de Sartre, no hay un verdadero dilema, porque el joven tiene otra opción: llevarse a la mamá a un lugar cercano al campo de batalla. El problema es que, evidentemente, esa opción es inviable. De esta manera, cuando se habla de la disyunción de acciones del dilema moral, se entiende que tiene lugar entre acciones viables.

Por último, en las conversaciones cotidianas normalmente se habla de dilema para referirse a la elección entre dos posibles acciones (como en el dilema moral) que agotan todas las opciones viables, entre las que es necesario elegir pero que no se pueden llevar a cabo al mismo tiempo. A diferencia del dilema moral, sin embargo, no se plantea que llevar a cabo cualquiera de las acciones tenga consecuencias negativas o moralmente malas.

Pues bien, creo que cuando se plantea el supuesto dilema entre llevar a cabo un cambio antes de ir a elecciones o ir a elecciones para llevar a cabo el cambio, estamos ante esta última forma de entender los dilemas: es una simple disyunción de acciones, supuestamente excluyentes, con la pretensión de que no hay otras opciones viables. Veamos por qué.

En primer lugar, la frase que nos motiva debe ser reinterpretada caritativamente. El dilema no surge, estrictamente hablando, entre cambio y elecciones, sino –y eso es lo que parecen pretender los que la profieren– entre elecciones regionales o de presidente y las vías no electorales. Nota que lo estoy planteando en los términos más caritativos posibles para que sean proposiciones sin terceras opciones viables: (1) el dilema no es solo entre elecciones o presión de calle, porque alguien pudiera señalar, con razón, que hay otras vías no electorales (presión internacional, presión desde su mismo partido, de los militares, etc.); (2) en cuanto a las vías electorales, solo se plantea con respecto a elecciones regionales (gobernadores y alcaldes) o presidenciales, pero no con respecto a otras que sí pueden cambiar el régimen, como las reformas constitucionales y la asamblea nacional constituyente, pero que en los actuales momentos no son viables; llamemos a las elecciones que nos interesan, en este caso, elecciones para cargos de elección popular.

De igual manera, los que plantean la frase no parecen entender por cambio solo un cambio de presidente o de gobernadores, sino el cambio total, digamos, del régimen actual. Nota que, si no lo interpretamos de esa manera, sería fácil refutar lo que dicen: el presidente, un gobernador o cualquier otro en algún puesto de elección popular sí puede ser cambiado mediante elecciones. Entonces, lo que quiere decir la frase es que:

O se cambia al régimen actual mediante elecciones de cargos de elección popular o se cambia mediante vías no electorales.

En segundo lugar, las veces que he visto escrita la frase son con el fin de criticar a aquellos que, como los partidos de la Mesa de la Unidad Democrática, creen que la actual presión popular –e internacional– debe encaminarse para que el gobierno fije el cronograma electoral constitucionalmente establecido. Esto quiere decir que el supuesto dilema se presenta, más bien, como una especie de silogismo disyuntivo:

O se cambia al régimen actual mediante elecciones de cargos de elección popular o se cambia mediante vías no electorales. Pero no es posible, en realidad, que por mediante elecciones de cargos de elección popular se cambie el régimen actual. Por lo tanto, solo queda la opción de cambiarlo por vías no electorales. 

De esta manera, es fácil descartar que los que expresan la frase pretendan que ambas opciones tengan la misma consecuencia lógica, como sería en el caso del dilema en sentido lógico. También se puede descartar que estemos ante un dilema moral, pues una de las acciones disyuntivas (elecciones para cambiar) se presenta como incorrecta, improbable o imposible, mientras que la otra acción (cambio para elecciones) se presenta como correcta y plausible. Por lo tanto, en este caso se habla de dilema para referirse a una pretendida disyunción entre dos acciones que agotan todas las posibilidades.

¿Es un falso dilema? ¿Cómo detectamos falsos dilemas?

Por lo que hemos dicho hasta ahora, debe estar más o menos claro cuándo se habla de un falso dilema. Normalmente, se pone el acento en la exclusividad de la disyunción (proposicional o de acciones) y si realmente agota todas las posibilidades. Desde este punto de vista, ante un dilema podemos hacernos dos preguntas críticas básicas:

(1) ¿realmente estas dos opciones agotan todas las opciones viables? ¿No hay una tercera opción viable o razonable?;
(2) ¿realmente no es posible, correcto o viable la realización de las dos acciones que se presentan como excluyentes?

Pongamos bajo escrutinio el supuesto dilema que se nos presenta: o se cambia al régimen actual mediante elecciones de cargos de elección popular o se cambia mediante vías no electorales.

(1) ¿Es posible una tercera opción? Descartando por inviables actualmente las vías electorales de una reforma constitucional o de una constituyente, y dada la manera tan amplia como he interpretado la disyunción (vía electoral o vía no electoral), no parece haber otra alternativa.

(2) ¿Son opciones excluyentes? No parece. En primer lugar, en un mismo momento se pueden dar las dos vías: nada obsta para que haya una elección en medio de la presión nacional e internacional, y que los resultados de las elecciones, más la presión no electoral, conduzcan al cambio de régimen. Como dice Fernando Mires en estos artículos: 1 2, es posible ver ambas vías como caras de una misma moneda. En segundo lugar, el proceso puede alternar momentos de elecciones y presión no electoral. Es un sesgo presentar las acciones del supuesto dilema como situaciones que solo pueden ocurrir en un momento determinado, no extensibles en un lapso de tiempo. Por ejemplo, presionar para lograr, primero, elecciones regionales, y ganarlas abrumadoramente, puede conducir a un proceso de presión interna –desde dentro del régimen– que produzca el deseado cambio, tal vez, mediante la conjunción de vías electorales y no electorales (como régimen transicional y constituyente). En principio, estas opciones parecen ser viables, y la historia del fin de algunas dictaduras (como la chilena y la uruguaya) muestra esta mezcla de acciones electorales y no electorales; así que quienes crean lo contrario en el caso venezolano tienen la carga de probarlo.

En conclusión, incluso ante la interpretación más caritativa del supuesto dilema «cambio para que haya elecciones o elecciones para que haya cambio» estamos ante un falso dilema. Esto implica que no es aceptable la premisa principal (la disyunción del supuesto dilema) del argumento que usa el silogismo disyuntivo para concluir que solo es posible cambiar al régimen por vías no electorales. Ese argumento, en consecuencia, está injustificado... mientras los interesados no prueben lo contrario.

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